El ídolo. Relato breve de horror cósmico.

He actualizado este relato conforme a lo que sé ahora. La base era buena, pero estaba ejecutada regulín.

Se Escriben Cosas

Richard Dawkins dejó en un rincón de la caseta las herramientas de excavación y entró en la ducha prefabricada. Se despojó de la ropa y disfrutó por unos instantes del agua caliente y humeante sobre su abrasada piel. En ese momento creyó notar un pequeño temblor, que coincidió con 

¿Que acaba de ocurrir?

un instante de desconcierto.

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Culpabilidad

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Lo sé, hace mucho que no actualizo el blog. Y no es por falta de ideas, y, aunque me cueste reconocerlo, tampoco por falta de tiempo, aunque sea la excusa que más me pongo. Es por falta de ganas y de energías. Preparar un post lleva bastante tiempo y esfuerzo, y resulta muy frustrante cuando ese mismo esfuerzo lo único que conlleva son dos visitas y ningún comentario. Sé que debería esforzarme más en el marketing, en echar un vistazo al menos a ese horroroso pozo misterioso llamado SEO, pero de nuevo estamos ante la misma tesitura. La falta de ganas y de motivación. Sigue leyendo

Capítulo 1 de La cacería de los proscritos

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Ilustración de @carmen_lunnely

Hace un tiempo, conforme escribía «La vara de serbal», escribí en paralelo material adicional para definir algunos personajes con peso en la trama pero no «metraje» en ella, por lo que mi método habitual de definir personajes de forma «orgánica» (es decir, haciendolos actuar y, con ello, conocerlos mejor) no funcionaría. Por ello, al  lanzarlos a la novela  ya llevaban un rodaje previo. Es, con diferencias, lo mismo que hice con Sigue leyendo

El Dictador Oscuro (SciFi)

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Tibor recorrió una vez más el pasillo que se curvaba bajo sus pies mecánicos. Los hidráulicos gastados de su pierna derecha rechinaban cada vez más y pronto las holguras serían incapacitantes, pero se resistía a volver al Reconstructor. Cada vez que tenía que arreglar algo de su cuerpo biónico, quedaba algo menos de él. Se preguntó una vez más qué sería esa vez, si no era ya la definitiva. Sigue leyendo

El anillo de los Salazar. Capítulo 1

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1.El Olvidadero. 

El Arribadero, Milvan. Año 359 del Imperio Nuevo. Día 157

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Salazar avanzó por el pasillo. Sus pies descalzos apenas hacían ruido comparado con las botas claveteadas de su acompañante. A ambos lados, las celdas contenían guiñapos humanos: seres enflaquecidos, barbudos, sucios y enfermos. «Solo habéis empezado a expiar vuestros pecados», pensó.

El carcelero detuvo sus pasos y le señaló una celda. Dentro dormitaba encorvado un hombre grande y consumido, de enmarañada barba negra, ojos hundidos y piel estirada sobre el cráneo.

—¿Es él? —preguntó Salazar.

—Lo es, Eminencia.

—Parece muy débil. ¿Será capaz de sostener una espada?

—Está debilitado, sin duda, pero se recuperará en cuanto salga de aquí. No se le puede pedir a un hombre que se mantenga en forma después de tanto tiempo aquí dentro, pues…

—Está bien. Que lo vistan, aseen y afeiten. Y que me lo envíen al Concejo esta noche.

—La verdad, no quiero cuestionar sus modos pero… —se detuvo ante la expresión del religioso.

—Continúa, por favor. —Ese «por favor» tenía garras, tenía cuchillos y sabía cómo usarlos. Algo le decía al carcelero que negarse a contestar o mentir sería mucho peor que confesar lo que había estado a punto de decir.

—Es… que no acabo de comprender, por supuesto, sin juzgarlo, el por qué habiendo espadas juramentadas de intachable reputación, busca a su guardaespaldas en el Olvidadero. Aquí no hay más que criminales; y cosas aún peores, como…

—«Quien se muestra inmaculado, a la fuerza debe esconder vileza y corrupción, pues la perfección sin mácula es dominio exclusivo de Dios; así como el arrepentimiento verdadero es reino de quien ha perdido toda esperanza, y la lealtad auténtica corresponde al retribuidor de dicha esperanza» —citó. El carcelero bajó la mirada. —¿Piensas abrir? —añadió Salazar con un deje de impaciencia. Las llaves del funcionario cayeron al suelo.

—Por supuesto, señor —respondió el carcelero, agachándose para recogerlas, y buscando con dedos temblorosos la llave correspondiente.

En los últimos cien años, esas rejas solo se habían abierto para sacar los cadáveres de los reclusos o para emparedar a algún otro desgraciado, generalmente sin transición. La llave encajó con dificultad y, tras unos cuantos intentos, al fin logró girar. El chasquido despertó al hombre que, asustado, se irguió y se golpeó la cabeza contra el techo. Cayó encogido en un rincón, con las manos sobre la cabeza, temblando de miedo.

El chirrido de la oxidada puerta despertó de su letargo a muchos de los muertos en vida que poblaban aquella tumba anticipada. Algunos, los que llevaban allí menos tiempo, se asomaron entre los barrotes para intentar ver de quién era el cadáver que sacaban. Para sorpresa de Byomides, un antiguo pirata que ocupaba la celda opuesta a la del liberado, éste salió trastabillando, sujeto entre dos de los guardias. ¡Era posible salir con vida del Olvidadero!

El rumor de esa idea nunca pronunciada recorrió la cárcel sin necesidad de palabras. Los presos que habían visto a Theodoros abandonando el encierro golpeaban los barrotes con las escudillas y los que no, no tardaron en hacerlo. Pronto, en la prisión entera, se armó una algarabía que duró hasta el amanecer, cuando una compañía de legionarios al servicio de La Fe entró en el Olvidadero lanceando a todos los presos a través de las rejas hasta la muerte. Sus cadáveres, amontonados en el patio, ardieron durante días.

Escaramuza

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Me gusta escribir a mano las escenas de acción (todo, en realidad, pero especialmente estas), porque siempre queda todo mucho más fluido y natural que si lo hiciera a teclado. Por supuesto, me emociono, la acción se adelanta a la escritura y la transcripción antes de que se me olvide es obligatoria si no quiero tener un montón de garabatos ininteligibles. 

Esto es solamente una escena de las que escribo para «desengrasar» . Una escena que seguramente, tras acabarla, no volverás a leer con los mismos ojos.

Huyó a través del bosque. Ellos seguían sus huellas. Saltó un antiguo muro y esquivó unas ruinas. Corrió entre los árboles del fondo del prado y tropezó con algo, rodó y se estrelló contra un manzano. Consiguió que ambos ojos miraran el la misma dirección y vio con qué había tropezado. Un puñetero asta de ciervo. Sigue leyendo

Entrada relámpago. La historia interminable y hechizos de andar por casa.

 

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He estado buscando por casa el libro de La historia interminable para consultar unos pasajes y no soy capaz de encontrarlo. Hay que tener en cuenta que es un libro mágico.

Y como parece que un libro mágico no se puede encontrar así como así, buscando solamente, pues he buscado en google, inicialmente buscando esos pasajes, pero me he topado con esto y me ha parecido muy curioso el modo en que surgió esa historia sin fin.

Fuente: Wikipedia

La historia de cómo Michael Ende puso a escribir su novela más famosa fue casi interminable en sí misma. Se inició en febrero de 1977 con la visita del editor Hansjörg Weitbrecht al autor en su casa de Genzano. Tan pronto como se abordó el tema del siguiente libro a publicar, Michael Ende comenzó hurgar en una caja de zapatos y a pensar en un montón de ideas. En un pedazo de papel, escribió el siguiente resumen: «Un niño toma un libro, se encuentra literalmente dentro de la historia y tiene problemas para salir». Una vez Weitbrecht hubo expresado su aprobación, Ende prometió entregar el manuscrito antes de Navidad. Asumió que el proyecto sería sencillo, y en privado se preguntó cómo podía estirar el material para llenar un centenar de páginas.

El cuerpo del nuevo libro creció ante los ojos de Michael Ende. En poco tiempo estaba en el teléfono con su editor, solicitando una prórroga del plazo. El libro sería algo más largo de lo esperado, pero se esperaba que fuera terminado antes del otoño de 1979. Sin embargo, durante el transcurso de 1978, los editores no tuvieron noticia alguna del autor. Luego, en el otoño de ese año, Ende finalmente resurgió. El libro, le dijo a su editor, aún no estaba completo. El joven Bastian se había negado a salir de Fantasía, y era su deber como autor el seguirle en sus viajes.

La siguiente comunicación de Ende, dejó aún más preocupados a sus editores. El libro, explicó, requería de un diseño especial: un volumen encuadernado en cuero con incrustaciones de madreperla y completada con cierres de latón. Weitbrecht partió a toda prisa a Genzano. Después de mucha discusión, editor y autor acordaron un volumen encuadernado impreso en tinta a dos colores. Cada uno de los veintiséis capítulos, que comienzan con una letra ornamental, sería ilustrado por Roswitha Quadflieg. Preocupado por el fuerte aumento de los costos de producción, Weitbrecht hizo su camino de vuelta a Stuttgart.

La lucha de Ende para escapar del mundo que había creado se convirtió cada vez más intensa. Durante las conversaciones con su editor, sonaba casi desesperado -era una cuestión de supervivencia literaria. A menos que Ende pudiera encontrar una manera de salir de Fantasía, Bastian quedaría atrapado en su interior. Al final del año, incluso circunstancias ambientales parecían conspirar contra él. El invierno de 1978-1979 fue uno de los más fríos que se recuerdan. La nieve caía en las Colinas Albanas y la temperatura bajó a menos diez grados. Las casas en Genzano no estaban diseñadas para resistir a tales extremos, y la de Ende no fue la excepción. Con el hielo obstruyendo las tuberías y envuelto en mantas húmedas, Michael Ende se mantuvo trabajando. A pesar de esas difíciles condiciones, pudo finalmente encontrar una solución: ÁURYN, la gema, sería la manera de salir de Fantasía. No sería la única vez que La Historia Interminable demostraría ser un libro mágico.

 

 

Quizá esta especie de invocación me haya ayudado a encontrar el capítulo que buscaba mientras la escribía. Quizá no y haya sido solo suerte. Quizá la magia solo funciona si crees en ella.

El invierno de Sangre

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Este es el relato que presenté para el concurso que organizó Lord Alce, cuyo premio era una copia en papel de su novela «La sombra dorada»

(https://lordalceblog.wordpress.com/2017/04/26/resultado-concurso-la-sombra-dorada/)

La puerta se abre con dificultad. Viento y hielo mezclados entran en la caldeada estancia junto a Lupo. Cubierto de capas de pieles y escarcha, con sus casi dos metros de estatura, tapa el vano de la puerta quizá con más eficacia que los maltrechos tablones cubiertos de paja que forman la puerta. Trae la cena, tres nabos mas bien escuálidos y una cebolla congelada que, al agarrar el pellejo de vino, resbala y cae al suelo con la rotundidad de un canto rodado. No nos podemos quejar. Después de casi tres años de invierno es lo único que queda. El río, permanentemente congelado apenas permite alguna captura miserable y eso solo tras haber horadado el manto de hielo a pico y hacha para, minutos después, volver a cerrarse sin dejar rastro. La caza es inexistente y desde que se acabó la reserva de grano ni siquiera hay ratas que mitiguen nuestra más salvaje hambre. Sigue leyendo

Reto ELDE 4. «Z»

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«Escribe una historia en la que salves la situación con un mayúsculo deus ex machina«.

La puerta del ascensor se abre con exasperante lentitud. He llegado al piso 13 como me han dicho esos soldados, he colocado las cargas en los pilares que me han ordenado y ahora, se supone, tengo que esperar al helicóptero. Pero quedan tres minutos y ni siquiera puedo oírlo.

Robertson, de mantenimiento, sigue allí de algún modo. No me ha visto, arrastra el palo mondo y lirondo de su fregona por el suelo de la azotea y de vez en cuando se acerca al cubo volcado y se queda allí unos instantes, como tratando de recordar qué tiene que hacer. Luego sigue arrastrando el palo, cada vez más corto, como hasta entonces. Sigue leyendo

La Raiz.

   embelecar

Escribí este relato casi del tirón.  Viene siendo un pequeño homenaje a uno de los padres de la literatura fantástica.

      Había una vez un árbol que no se conformaba con comer tierra, beber agua, cavar hondo y dormir. Cuando no era más que un brote apenas salido del pipo, soñaba con ver qué era lo que había más allá de los grandes árboles que no le dejaban ver el bosque.           Sigue leyendo